Saturday, December 30, 2006

Wednesday, December 06, 2006

Conozcamos a Fidel Castro

Hemos llegado a diciembre con una rapidez escalofriante. Eso digo cada año. Por lo menos durante los últimos, porque cuando iba a cumplir 15 bastante que se demoró el tiempo en transcurrir.
Volviendo a lo más actual, el mes se inició con la celebración de los 80 años del presidente de Cuba Fidel Castro Ruz, homenaje aplazado por su enfermedad y al que ahora tampoco pudo asistir por la misma razón. Algo que todos sentimos infinitamente.
Pero aunque físicamente no presenció los festejos por su onomástico, todos sus sueños, muchos de ellos cumplidos danzaban en el ambiente.
Y creo que para trazar los rasgos del Fidel Castro, nadie mejor que su amigo el colombiano y premio Nóbel de literatura, Gabriel García Márquez, quien con su pluma maravillosa escribió esta página tan sentida “El Fidel Castro que yo conozco”:

Su devoción por la palabra. Su poder de seducción. Va a buscar los problemas donde estén. Los ímpetus de
la inspiración son propios de su estilo. Los libros reflejan muy bien la amplitud de sus gustos. Dejó de fumar para tener la autoridad moral para
combatir el tabaquismo. Le gusta preparar las recetas de cocina con una especie de fervor científico. Se mantiene en excelentes condiciones
físicas con varias horas de gimnasia diaria y de natación frecuente. Paciencia invencible. Disciplina férrea. La fuerza de la imaginación lo
arrastra a los imprevistos. Tan importante como aprender a trabajar es aprender a descansar.
Fatigado de conversar, descansa conversando. Escribe bien y le gusta hacerlo. El mayor estímulo de su vida es la emoción al riesgo. La tribuna
de improvisador parece ser su medio ecológico perfecto. Empieza siempre con voz casi inaudible, con un rumbo incierto, pero aprovecha
cualquier destello para ir ganando terreno, palmo a palmo, hasta que da una especie de gran zarpazo y se apodera de la audiencia. Es la
inspiración: el estado de gracia irresistible y deslumbrante, que sólo niegan quienes no han tenido la gloria de vivirlo. Es el antidogmático por
excelencia.
José Martí es su autor de cabecera y ha tenido el talento de incorporar su ideario al torrente sanguíneo de una revolución marxista. La esencia
de su propio pensamiento podría estar en la certidumbre de que hacer trabajo de masas es fundamentalmente ocuparse de los individuos.
Esto podría explicar su confianza absoluta en el contacto directo. Tiene un idioma para cada ocasión y un modo distinto de persuasión según
los distintos interlocutores. Sabe situarse en el nivel de cada uno y dispone de una información vasta y variada que le permite moverse con
facilidad en cualquier medio. Una cosa se sabe con seguridad: esté donde esté, como esté y con quien esté, Fidel Castro está allí para ganar.
Su actitud ante la derrota, aun en los actos mínimos de la vida cotidiana, parece obedecer a una lógica privada: ni siquiera la admite, y no tiene
un minuto de sosiego mientras no logra invertir los términos y convertirla en victoria. Nadie puede ser más obsesivo que él cuando se ha
propuesto llegar a fondo a cualquier cosa. No hay un proyecto colosal o milimétrico, en el que no se empeñe con una pasión encarnizada. Y en
especial si tiene que enfrentarse a la adversidad. Nunca como entonces parece de mejor talante, de mejor humor. Alguien que cree conocerlo
bien le dijo: Las cosas deben andar muy mal, porque usted está rozagante.
Las reiteraciones son uno de sus modos de trabajar. Ej.: El tema de la deuda externa de América Latina, había aparecido por primera vez en
sus conversaciones desde hacía unos dos años, y había ido evolucionando, ramificándose, profundizándose. Lo primero que dijo, como una
simple conclusión aritmética, era que la deuda era impagable. Después aparecieron los hallazgos escalonados: Las repercusiones de la
deuda en la economía de los países, su impacto político y social, su influencia decisiva en las relaciones internacionales, su importancia
providencial para una política unitaria de América Latina... hasta lograr una visión totalizadora, la que expuso en una reunión internacional
convocada al efecto y que el tiempo se ha encargado de demostrar.
Su más rara virtud de político es esa facultad de vislumbrar la evolución de un hecho hasta sus consecuencias remotas...pero esa facultad no la
ejerce por iluminación, sino como resultado de un raciocinio arduo y tenaz. Su auxiliar supremo es la memoria y la usa hasta el abuso para
sustentar discursos o charlas privadas con raciocinios abrumadores y operaciones aritméticas de una rapidez increíble.
Requiere el auxilio de una información incesante, bien masticada y digerida. Su tarea de acumulación informativa principia desde que
despierta. Desayuna con no menos de 200 páginas de noticias del mundo entero. Durante el día le hacen llegar informaciones urgentes donde
esté, calcula que cada día tiene que leer unos 50 documentos, a eso hay que agregar los informes de los servicios oficiales y de sus visitantes y
todo cuanto pueda interesar a su curiosidad infinita.
Las respuestas tienen que ser exactas, pues es capaz de descubrir la mínima contradicción de una frase casual. Otra fuente de vital
información son los libros. Es un lector voraz. Nadie se explica cómo le alcanza el tiempo ni de qué método se sirve para leer tanto y con tanta
rapidez, aunque él insiste en que no tiene ninguno en especial. Muchas veces se ha llevado un libro en la madrugada y a la mañana siguiente lo
comenta. Lee el inglés pero no lo habla. Prefiere leer en castellano y a cualquier hora está dispuesto a leer un papel con letra que le caiga en
las manos. Es lector habitual de temas económicos e históricos. Es un buen lector de literatura y la sigue con atención.
Tiene la costumbre de los interrogatorios rápidos. Preguntas sucesivas que él hace en ráfagas instantáneas hasta descubrir el por qué del por
qué del por qué final. Cuando un visitante de América Latina le dio un dato apresurado sobre el consumo de arroz de sus compatriotas, él hizo
sus cálculos mentales y dijo: Qué raro, que cada uno se come cuatro libras de arroz al día.Su táctica maestra es preguntar sobre cosas que
sabe, para confirmar sus datos. Y en algunos casos para medir el calibre de su interlocutor, y tratarlo en consecuencia.
No pierde ocasión de informarse. Durante la guerra de Angola describió una batalla con tal minuciosidad en una recepción oficial, que costó
trabajo convencer a un diplomático europeo de que Fidel Castro no había participado en ella. El relato que hizo de la captura y asesinato del
Che, el que hizo del asalto de la Moneda y de la muerte de Salvador Allende o el que hizo de los estragos del ciclón Flora, eran grandes
reportajes hablados.
Su visión de América Latina en el porvenir, es la misma de Bolívar y Martí, una comunidad integral y autónoma, capaz de mover el destino del
mundo. El país del cual sabe más después de Cuba, es Estados Unidos. Conoce a fondo la índole de su gente, sus estructuras de poder, las
segundas intenciones de sus gobiernos, y esto le ha ayudado a sortear la tormenta incesante del bloqueo.
En una entrevista de varias horas, se detiene en cada tema, se aventura por sus vericuetos menos pensados sin descuidar jamás la precisión,
consciente de que una sola palabra mal usada, puede causar estragos irreparables. Jamás ha rehusado contestar ninguna pregunta, por
provocadora que sea, ni ha perdido nunca la paciencia. Sobre los que le escamotean la verdad por no causarle más preocupaciones de las
que tiene: Él lo sabe. A un funcionario que lo hizo le dijo: Me ocultan verdades por no inquietarme, pero cuando por fin las descubra me moriré
por la impresión de enfrentarme a tantas verdades que han dejado de decirme. Las más graves, sin embargo, son las verdades que se le
ocultan para encubrir deficiencias, pues al lado de los enormes logros que sustentan la Revolución los logros políticos, científicos, deportivos,
culturales- hay una incompetencia burocrática colosal que afecta a casi todos los órdenes de la vida diaria, y en especial a la felicidad
doméstica.
Cuando habla con la gente de la calle, la conversación recobra la expresividad y la franqueza cruda de los afectos reales. Lo llaman: Fidel. Lo
rodean sin riesgos, lo tutean, le discuten, lo contradicen, le reclaman, con un canal de trasmisión inmediata por donde circula la verdad a
borbotones. Es entonces que se descubre al ser humano insólito, que el resplandor de su propia imagen no deja ver. Este es el Fidel Castro
que creo conocer: Un hombre de costumbres austeras e ilusiones insaciable, con una educación formal a la antigua, de palabras cautelosas y
modales tenues e incapaz de concebir ninguna idea que no sea descomunal.
Sueña con que sus científicos encuentren la medicina final contra el cáncer y ha creado una política exterior de potencia mundial, en una isla 84
veces más pequeña que u enemigo principal. Tiene la convicción de que el logro mayor del ser humano es la buena formación de su conciencia
y que los estímulos morales, más que los materiales, son capaces de cambiar el mundo y empujar la historia.
Lo he oído en sus escasas horas de añoranza a la vida, evocar las cosas que hubiera podido hacer de otro modo para ganarle más tiempo a la
vida. Al verlo muy abrumado por el peso de tantos destinos ajenos, le pregunté qué era lo que más quisiera hacer en este mundo, y me contestó
de inmediato: pararme en una esquina.